San La Muerte es un santo de origen guarani (pueblo indio que vivia en los actuales territorios del Brasil,Argentina,Paraguay y Bolivia) misterioso y vengativo.Se lo venera principalmente en la Republica Argentina,en las provincias de Corrientes Chaco,Misiones y Formosa.Se lo conoce tambien como Señor de la Buena Muerte, San Justo y Señor La Muerte. Se lo representa como un esqueleto de pie,con una guadaña en la mano. Este santo centraliza el poder de todos los muertos. Se lo conmemora el Viernes Santo y el Dia de Todos los Muertos. Se le puede pedir lo que sea,pero especialmente escucha los ruegos sobre amores, trabajo,hallar cosas perdidas. Tambien es capaz de destruir al enemigo de quien lo invoca.
Culto a San La Muerte
Su objeto es el de conseguir trabajo o de no perderlo; hallar cosas perdidas; obtener el amor de alguien, vengarse de un desaire, de una afrenta, de un mal recibido o por no ser correspondido afectivamente.
El culto es obviamente pagano, no existe San La Muerte en ningún Santoral, y no tiene fecha especial de celebración, si bien se suele conmemorar el Viernes Santo y el Día de Todos los Muertos.
Este culto surgio a posteriori de la expulsión de los jesuitas de sus misiones en el noreste de la Argentina y Paraguay en 1767, de ellos también derivan el Señor de la Paciencia, El Señor de La Columna o San Ceono que crearon los naturales de la zona ya sin la orientación dogmática de la Compañía de Jesús, extendiendose por todo latinoamérica. Se lo conoce también con los nombres de Señor de la Buena muerte, y Señor La Muerte.
Estatuilla de San La Muerte esculpida en hueso Acerca de la utilización del amuleto, José Miranda y Juan Pedemonte señalan que para lograr la bendición su dueño lo lleva escondido en la mano mientras le pide al sacerdote que bendiga una estampita, logrando la bendición de ambas cosas.
El paso posterior -agregan- es el de llevar el amuleto durante siete viernes seguidos a otras tantas iglesias. Luego ya se puede utilizar para lograr hacer un «mal» a alguna persona enemiga, a través de oraciones. (Con la colaboración de J.A.Barrio)
Oraciones a San La Muerte
Rezar es siempre un diálogo, y desde nuestro punto de vista, dicho intercambio nunca deja de ser también un diálogo con uno mismo. La notable variedad de promeseros y fieles de San La Muerte, sus diversos orígenes e historias personales y familiares, sus diferentes trayectorias religiosas y culturales, convierten el esfuerzo de analizar las oraciones en un ejercicio siempre inagotable.
Dado que algunos de ellos no tienen una sólida formación religiosa en ningún credo en particular, sino que podríamos definirlos como pertenecientes a un vago cristianismo ciertamente impreciso, en muchos casos ocurre que el rezo no es sino una conversación, en donde el creyente relata su situación, su angustia o problema particular –motivo del ruego- y luego realiza un pedido a cambio de una promesa. Rara vez se asiste a San La Muerte por el mero hecho de mantener mediante el rezo un vínculo sin propósitos particulares, es decir, como oración diaria o por rutina. En general, siempre existe una causa particular y bien concreta: la pérdida de un amante, el engaño de un amor, la solicitud de protección frente a un enemigo preciso, la cura de un determinado mal o enfermedad, en fin, en ese sentido, la oración a San La Muerte claramente no es una Ave María.
También abundan –desde ya- oraciones formales, con un texto determinado, pero a diferencia de otros santos, no existe una o dos sino más de una decena de oraciones a San La Muerte. Dicha variedad refuerza la idea comentada anteriormente, acerca de que se acude a San La Muerte por motivos concretos y con un fin o pedido particular. Existen prácticamente tantas oraciones como motivos para rezarle. De esta manera, entonces, encontramos oraciones para alguien que nos está dañando, para obtener el amor de una persona, para que regrese la persona amada, para conservar el amor actual, para castigar al marido o a la esposa infiel, para alejar los malos espíritus, etc…
De todas ellas sobresale una, a la que no haríamos mal en postular como la más difundida, que de alguna forma resume todos los favores de los que el Santo es capaz:
«San La Muerte, espíritu esquelético
Poderosísimo y fuerte por demás
Como de un Sansón es tu Majestad
Indispensable en el momento de peligro
Yo te invoco seguro de tu bondad.
Ruega a nuestro Dios Todopoderoso
De concederme todo lo que te pido.
Que se arrepienta por toda su vida
Al que daño o mal de ojo me hizo
Y que se vuelva contra él enseguida.
Para aquél que en amor me engaña
Pido que le hagas volver a mi
Y si desoye tu orden extraña
Buen Espíritu de la Muerte
Hazle sentir el poder de tu guadaña
En el juego y en los negocios
Mi abogado te nombro como el mejor
Y a todo aquel que contra mi se viene
Por siempre jamás hazlo perdedor
Oh! San La Muerte, mi ángel protector. Amén.
Aquí aparecen en una misma oración prácticamente todas sus posibilidades: sus dotes de protector, su capacidad para vengar una ofensa que nos hayan propinado, su poder para castigar con su poderosísima guadaña a quien en amor nos haya engañado, y sus virtudes de abogado y defensor en el juego y en los negocios.
Estas oraciones pueden ir acompañadas –aunque generalmente no lo están- de Ave Marías y Padrenuestros, e incluso de una decena del Rosario. De cualquier forma, resulta notorio que las oraciones a San La Muerte han sido construcciones populares en donde no ha mediado ninguna Institución, y ello se manifiesta no solamente en su estructura gramatical (que muchas veces dista de la gramática convencional) sino también en los temas que son motivo de las súplicas y el pedido concreto de realizar un daño, una venganza (hecho que no se encuentra en las oraciones del cristianismo). A San La Muerte puede uno pedirle, por ejemplo, dominar a otra persona de manera absoluta encargándole incluso al Santo tareas como las de molestar e inquietar hasta volverlo sumiso:
«Glorioso Señor de la Muerte: tu que fuiste aperseguido hasta tu destino que llegaste a ser la Muerte así lo pido Señor con tu divino poder tu le apersigas a (fulano), que se desquita, no lo has de dejar tranquilo en ningún momento, si anda en mi camino se detendrá a pensar, si está sentado estará molesto y si en la cama en que duerme se encuentre afligido pensando en mis horas felices; así te pido Señor que con tu poder todo sea convencido por los cuatro vientos del mundo. Fuerza no logrará y estará conmigo cuando yo lo llamo. Así sea la Muerte. Amén.»
(Noya, Emilio: San La Muerte. El Litoral, Corrientes, Setiembre de 1968.).
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